Reflexión en Juan 21:15-19

Introducción
El evangelio de Juan nos presenta, en el capítulo 21, un encuentro inolvidable entre Jesús resucitado y Pedro. Allí descubrimos cómo el Señor toca lo más profundo del corazón humano: nuestras motivaciones. Pedro, quien había fracasado en su autosuficiencia al negar a Jesús, es confrontado no con reproches, sino con una pregunta que lo atraviesa todo: “¿Me amas?”.
Este pasaje nos muestra que la vida cristiana no se trata de prometerle a Dios que nunca más fallaremos, sino de reconocer que solo su amor puede ordenar nuestro interior, darnos nuevos comienzos y sostener nuestra vocación.
Pedro y el fracaso de la autosuficiencia
El relato comienza así:
“Cuando terminaron de comer, Jesús le dijo a Simón Pedro:
—Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?
Él le respondió:
—Sí, Señor; tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo:
—Apacienta mis corderos” (Jn 21:15).
Pedro ya había experimentado lo devastador de su autosuficiencia. Recordemos lo que narra Lucas:
“Pedro le dijo: —Señor, no solo estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel, sino también a la muerte.
Y Jesús le dijo: —Pedro, te aseguro que el gallo no cantará hoy antes de que tú hayas negado tres veces que me conoces” (Lc 22:33-34, RVC).
El evangelista añade que, tras negarlo, “Pedro salió de allí y lloró amargamente” (Lc 22:62). Así quedó expuesta la fragilidad de la autosuficiencia.
Martín Lutero lo resumía con crudeza: “Somos mendigos”. No somos artífices de nuestro propio destino. Nuestra sociedad insiste en la meritocracia, la performance y el esfuerzo personal, pero este camino no es distinto al de Pedro: confiar demasiado en uno mismo.
La pregunta de Jesús: el centro de nuestras motivaciones
Jesús vuelve a preguntar:
“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?
Pedro le respondió: —Sí, Señor; tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: —Pastorea mis ovejas” (Jn 21:16).
La pregunta no es: “Pedro, ¿prometes que no vas a fallar otra vez?”. Jesús va más profundo: “¿Me amas?”.
Aquí se revela algo decisivo: detrás de cada acción hay una motivación. Jesús sabe que la verdadera sanidad comienza en el corazón, de adentro hacia afuera. Como Él mismo enseñó: “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6:21).
Cristo resucitado no solo restaura a Pedro, sino que le ofrece un nuevo comienzo. En la cruz venció el fracaso de la autodeterminación y abrió la posibilidad de reordenar nuestros amores.
Jesús nos conoce
El diálogo llega a su punto culminante:
“Y la tercera vez le dijo: —Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres?
Pedro se entristeció de que la tercera vez le dijera: ‘¿Me quieres?’, y le respondió: —Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: —Apacienta mis ovejas” (Jn 21:17).
La clave no está en cuán convencidos estemos de nuestro amor por Cristo, sino en que Él nos conoce. Pedro no insiste en sus fuerzas; se entrega al conocimiento que Jesús tiene de él.
Juan añade un detalle solemne:
“De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te vestías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos y te vestirá otro, y te llevará a donde no quieras. Jesús dijo esto para dar a entender con qué muerte glorificaría a Dios. Y dicho esto, añadió: —Sígueme” (Jn 21:18-19).
Este conocimiento de Cristo está cargado de amor, paciencia y procesos. Jesús conecta la motivación de Pedro con su vocación: “Apacienta mis ovejas”.
San Agustín lo expresaba así: “La vida cristiana es un continuo proceso de reordenamiento de nuestros amores”. Solo el amor de Cristo satisface, ordena y da sentido a lo demás.
Conclusión
El relato de Juan 21 nos recuerda que el centro de nuestra vida no es nuestra autosuficiencia, sino el amor de Cristo que restaura, ordena y sostiene. Él no nos pide promesas vacías, sino amor sincero. Y es en esa relación donde encontramos fuerza para vivir y servir.
Hoy la pregunta sigue vigente: “¿Me amas?”. En ella se decide la orientación de nuestras motivaciones y el rumbo de nuestra vida.
Oración final
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque no nos condenas, sino que nos preguntas: “¿Dónde están tus amores?”.
Ayúdanos a ordenar nuestros afectos. Que seas Tú lo que más anhela nuestra alma y en quien encontramos satisfacción. Al final, Tú sabes todas las cosas, nos conoces. Examina nuestro corazón, ordénalo con tu amor y fortalécenos para lo que venga esta semana y en todo este año.
Que podamos afrontarlo abrazados a tu amor, y que Aquel que dio todo por nosotros encienda nuestra vida para hacer tu voluntad.
En el nombre de Jesús. Amén.
Este artículo es una adaptación del devocional del día 24 del libro «Devocionales sobre Fe y Trabajo» de Marcelo Robles.